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NUESTRA HISTORIA

Tío Pepe
Se dice que el Tío Pepe abrió sus puertas en 1869 en la esquina de Independencia y Dolores, antes de que ahí se asentara el Barrio Chino. En principio se llamó La Oriental y después cambió su nombre por Habana.

El escritor Federico Gamboa, autor de la famosísima Santa, ya mencionaba esta cantina en su novela La llaga, de 1913: “y en la esquina de Independencia y Dolores, el chino, nervioso, invitó a tragos, en «El Tío Pepe», donde atizaron sendos tequilas con su dedada de sal previa. Carraspeando al unísono, gracias a la escocedura del aguardiente crudo, por mitad de la estrecha calle de Dolores volvieron a emprenderla, quieras que no, distraídos con la típica fisonomía del rumbo, repleto de marchantes; el diluvio de figones, chirriando y apestando la atmósfera, los fritos de sus puertas; sinnúmero de «emborrachadurías» baratas y colmadas de bebedores, transpirando vahos de alcohol”
 

 

Otro de los visitantes distinguidos de Independencia 26, fue William S. Burroughs, escritor norteamericano de la generación beatnik, quien vino a México en 1949 huyendo de un juicio por narcotráfico y ávido de experimentar las sensaciones que le ofrecían los sicotrópicos nacionales.  Burroughs, que acostumbraba andar armado y tenía una mala relación con la policía de su país, narra en su novela Yonqui (1953) el encuentro que sostuvo con los agentes de la ley en esta famosa cantina: “estaba en una mesa con tres mexicanos, tomando tequila. Los mexicanos iban muy bien vestidos. Uno de ellos hablaba inglés. Un individuo de mediana edad, corpulento, de cara triste y dulce, cantaba y tocaba la guitarra. Estaba sentado al final de una barra. Me alegraba de que sus canciones hicieran imposible la conversación.
   En esto entraron cinco policías. Pensé que tal vez me registraran, de modo que me quité la pistola y la funda del cinturón y las dejé caer debajo de la mesa, junto con un poco de opio que llevaba guardado en un paquete de cigarrillos. Los policías se tomaron una cerveza en la barra y se largaron.
   Cuando metí la mano bajo la mesa, la funda estaba allí, pero la pistola había desaparecido.”

En 1915 el Tío Pepe figuró en los anales del crimen como uno de los lugares tugurios que frecuentaban los miembros de la Banda del Automóvil Gris, conformada por secuestradores y ladrones que habían consumado la “hazaña” de asaltar la Tesorería General de la Nación.

En los años treinta, un cliente asiduo del Tío Pepe fue el periodista colombiano Porfirio Barba Jacob. Su cara alargada y maciza, de quijada memorable, labios alargados y gruesos, y nariz de judío errante, inspiró al guatemalteco Rafael Arévalo Martínez el relato: “El hombre que parecía un caballo.” Alcohólico, homosexual, sifilítico,  mariguano y poeta, el verdadero defecto de Barba Jacob era ser tan pobre que acostumbraba descolgarse de las ventanas de los hoteles en que vivía para no tener que pagar el hospedaje. Despreciado por los escritores reconocidos, era muy querido de los jóvenes que lo acompañaban al Tío Pepe cuando tenían recursos para invitarle un coñac, o que lo seguían a continuar la parranda en su cuarto de hotel, en donde oficiando como “pontífice máximo de la inefable yerba” inició en el consumo de la mota a Efraín Huerta, Octavio Paz y a un jovencito que años más tarde iba a destacar en la política, un tal Luis Echeverría.
 

En el Tío Pepe se han filmado películas de los hermanos Almada, la película El complot Mongol y capítulos de la serie de televisión El Pantera y  del biopic de Luis Miguel.

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